Los humanos somos actores de un único guion

Al leer los estudios de Jacques Gernet¹ sobre la China antigua comprendemos que el mundo es un pañuelo: el mismo pañuelo con remiendos nuevos. Y de paso comprobamos que Hermes Trimegisto se quedó corto cuando dijo “lo que está arriba es como lo que está abajo”. Porque en realidad todo es igual a todo.  Arriba, abajo, derecha, izquierda.  Todo es igual de arduo, de entrañable y de funcional. En esto del vivir, el ayer, el hoy y el siempre son en realidad un copia y pega. Supongo que eso es lo que nos ha permitido sobrevivir como especie paradójica. De hecho, espero con impaciencia el descubrimiento del primer chiste de la humanidad. Será en una cueva de Etiopía o de Siberia, lo habrán dibujado en tonos ocres y comenzará así: están en un taberna de Atapuerca un denisovano, un australopithecus anamensis y un hombre de Flores… Siempre hemos sido iguales: la misma base de datos con distinto programa para ejecutarla. Algunas pinceladas chinas nos lo demostrarán.

La primera es gorda y habla de un tema clásico: la indulgencia ante los placeres y el olvido de los ritos por parte del soberano lleva al imperio a la perdición. Soberano vale por soberano y vale por mandamás. Indulgencia significa golferío. Y rito significa la función moral del cargo. El resultado de este colapso ético de los que nos gobiernan lo conocemos de memoria y de primera mano: dame el poder y levantaré una torre de ocio y de inmoralidad. Hazme intocable y arruinaré la vida. No me pongas controles y me convertiré en tu controlador supremo. Perennes historias de crimen y castigo (a veces) alrededor del catálogo de siempre: corrupción, desengaño, desconfianza ciudadana, pérdida de un proyecto común… La bancarrota moral y el exilio interior como respuesta. El tema es clásico en cualquier literatura o sociedad. Afecta a todos los estadios de la vida. Y desgarra el pañuelo en el que vivimos.

La segunda pincelada es más amable. En la China del XIII los restaurantes ya tenían carta. ¡Y tapas! Tema este último que puede convertirse en cuestión de estado para la gastronomía española. La verdad es que estaría guapo viajar en el tiempo y ver al emperador Jayaatu Kan manosear una carta plastificada mientras el camarero le aconseja: “de plato de chuchala tenemos alubias con oleja; o si no, el aloz del senyolet está espectaculal; y de postle tolija con helado de tulon”. Yo lo creo verosímil. Como veo verosímil que unos niños litri de la dinastía Song se plantearan a las once de la noche de un sábado gamberro del año 1221: ”podríamos pedir comida china”.  Para reponer fuerzas después del taldeo, ya se entiende.

La tercera es más seria. En aquellos años, que se corresponden con nuestra Edad Media, había oposiciones para la administración imperial. Siempre todopoderosa. Eran pruebas anónimas,  con exámenes difíciles evaluados en una triple corrección. A cambio del esfuerzo, si aprobabas tenías empleo apetecible y jubilación a los 68 años. Triple corrección, exámenes difíciles, colocación segura… ¿Se sentirían esos chinos la generación mejor preparada de la historia? ¿Habría enchufismo? ¿Endogamia? ¿Nepotismo? Supongo que sí, pero por lo que se lee en aquellos tiempos la justicia cortaba por lo sano. A la altura del cuello, concretamente.

La cuarta pincelada tiene su busilis: se trata de una ceremonia titulada el Entierro de las Pestilencias: una procesión ritual para sepultar lo negativo. Escenografía colorista, angustia existencial, el yo desnudo. Puro sicoanálisis con tamborcillos chinos. Una representación caminada para ahuyentar lo que nos atormenta y comenzar de casi cero. Nunca sé si estas cosas funcionan verdaderamente. Pero sostengo que deben existir, porque la esperanza es una necesidad y es una representación. El yo actuante debe tener fe y caridad consigo mismo. Mostrar la bondad, la redención y creer que hay un poder interior que nos restaura la moral rompida. Cualquier ceremonia es necesaria para alejar la fantasma nihilista. Sobre todo si eres un europeo del siglo XXI.

La quinta es la más chula: había repertorios de hechos extraños. Y se valoraba que hubiera testigos fiables. Luces misteriosas, apariciones sobrenaturales, animales imposibles, ruinas desconcertantes… Todo se apuntaba y se clasificaba. No había explicación, pero sí constancia. Me sobrecoge la valentía de no limitar la realidad a lo racionalista ni obedecer fielmente los parámetros del oficialismo. Me ilusiona saber que existió un Charles Hoy Fort con ropaje hanfu levantando acta notarial de lo imposible; un Ikel Jiménez con coleta preguntándose “¿cuál es el mensaje que esconden los grabados en piedra de la pirámide escalonada de Shimao?” Qué bonito debió ser escuchar en exaltado mandarín “¡heterodoxos del mundo uníos!”

Resumiendo: los humanos somos actores de un único guion. Estamos creados a imagen y semejanza de unas pocas necesidades y querencias. Por eso no debería ser tan difícil entendernos. Pero no sucede así. Y que siendo tan iguales estemos siempre en guerras es el gran triunfo de los controladores. De esas élites oscuras que se alimentan de nuestros sentimientos negativos; que nos convierten ese guion fraternal de convivencia en un bucle de insatisfacciones; que hacen de nuestro pañuelo vital un pañolito para enjugar el llanto.

Pero no hay que desfallecer jamás. Los humanos somos actores del método y si comprendemos el subtexto del guion, conseguiremos ensalzar la rebeldía, quitarnos de encima a quienes nos destruyen, comprender la grandeza de la que estamos hechos. Y agitar el pañuelo naranja del indulto.


  1. Jacques Gernet,  La China imperial. En la víspera de la Invasión de los mongoles (1250-1276). Javier Vergara editor. Madrid. 1992

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