Leer a García Atienza es un placer obligatorio. Una forma sugerente de nutrir la mochila con conocimientos extramuros del oficialismo. En uno de sus libros necesarios señala la existencia de cuatro tipos de conciencia. Yo, en mi modestia, quiero centrarme en sólo dos.
Una es la conciencia mítica, que tiene como elemento esencial la entronización del dualismo como definidor de identidades; y lo hace mediante la afirmación de un pasado venerable que se forjó en lucha contra una entidad malvada (a la que se derrotó o no, eso va por barrios) y que vertebra el presente de un modo unívoco. Ojito a la disidencia, pues.
Otra es la conciencia histórica, que se catapulta en la anterior para manipular la trayectoria vital de un colectivo y rentabilizarla políticamente. Ojito a la nómina y a la disidencia.
Pero implacablemente, a menudo, las cosas de la historia, la realidad y el interés no encajan; y para eso se tira mano de lo fantástico, que convierte en coherente lo racionalmente difícil y permite que las dos conciencias fluyan en dirección a lo estancado útil. V.gr., milagros para justificar victorias, teoría de la conspiración para digerir derrotas, literatura de consolación para enjugar las crisis, manuales de épica postmoderna y autoayuda para sentirse algo. Cada cual escoge un marco mental para trascenderse a sí mismo a toro pasado.
Puedes creer, inofensivamente, que los ángeles bajaban cada sábado a cantar la salve en Roncesvalles en la fuente donde estaba oculta la imagen de la Virgen. O puedes abrazarte del culto al mito fundador, como pasó en un tiempo historiográfico no lejano, y asimilar que un Bolívar mártir ¿? Se asemejaba en su figura y en su devenir con el Cristo crucificado. Aunque Bolívar muere de un catarro pulmonar crónico que evolucionaba hacia la tisis. Y en vez de Poncio Pilatos, quien se lavaba las manos era un médico francés. O, ya puestos en lo peor, puedes creer en el programa de un partido político. Pero esto ya es trivializar sobre el autoengaño.
El Romanticismo hizo de estas dos conciencias su despensa temática y taquicárdica. Después, la ciencia y el pensamiento político se metieron en idealismos perniciosos y así le fue a lo contemporáneo. El Jekyll estancado de la conciencia mítica se había convertido en el Hyde dinámico de la conciencia histórica.
Esa es la clave del problema. Porque si ambas conciencias se quedan en el interior vergonzante del individuo, bienvenidas sean. Todos tenemos derecho a nuestra pequeña gloria imaginada. Para eso te compras la camiseta del deportista que te representa y al que tu imaginación ensalza. Para eso revives con un gesto de tórax la faena del torero que tiene en sus muñecas la geometría sagrada a la que tú no llegas. Y por eso Snoopy se cree un as de la aviación de la I Guerra Mundial, aunque en los archivos de la Escuadrilla Lafayette no consta su nombre. La vida imaginada cumple una función compensatoria sanadora, ya que la realidad debe tener, por ley, una salida de emergencia a tiempo parcial.
Hasta aquí todo inocente. Lo malo es cuando la imaginación, que es un placer privado, se exhibe, se exporta, se expande y causa daños colaterales desastrosos. Esto ocurre cuando las dos conciencias transmutan en ideología, en grupo de poder, en basamento para una estafa piramidal que conjuga victimismo, “trascendencia” y rentabilidad económica. Si eso ocurre, y por lo general ocurre, es cuando comenzamos a temblar los librepensadores. Porque rápidamente una falsa visión del pasado se convierte, por imposición, en el presente para envenenar la escuela, destruir la convivencia entre iguales (unas de las pocas patrias que de verdad existen), y apoderarse de los espacios mentales y lingüísticos del ocio formativo, de la conversación, del juicio. Hay un método infalible para detectar este peligro: cuando se restringe la libertad de la palabra. Cuando tu manera de hablar está siendo observada dentro de tu mente por el ojo omnímodo de los intolerantes y tu vocabulario deja de ser tu creación y se configura en un manual de dictadores.
Y aún hay algo peor, porque a partir de esa conciencia manipulada cada cual puede encontrar el represor que lleva dentro. Himmler, antes de ser Himmler estudió agricultura en la Universidad Técnica de Múnich. Y Dzerzhinski, antes de crear las checas, fue estudiante de matemáticas. El cóctel es terrible: una dosis de conciencia mítica, otra dosis de conciencia histórica, una rodaja del aburrimiento vital, unas gotas de resentimiento contra lo que sea, un buen chorro de la idea de misión y ya tienes el peligro en casa. A continuación, por ósmosis, se forman entramados de creencias y de clientelismos que ya no es que modifiquen paradigmas, es que maltratan la ilusión de las personas reescribiéndoles el día a día con argumentos sin final feliz.
Crear marcos mentales agradables es una literatura de consolación muy comprensible. Un báculo en el solitario y yermo camino de la personalidad. Pero hay que ser honesto y no darle las llaves de tu yo a esas dos conciencias. Por higiene personal y por amor al prójimo. Como diría Krusty, el payaso: “Se abusa mucho últimamente del término relato”. Pues bien, yo quiero definirlo: relato es preguntarle al espejito mágico si hay alguna historia más chula y verdadera que la tuya. El espejo te dirá que no, que tu historia es la mejor, la más cierta y hermosa. Pero ojito, porque el espejo siempre miente: le va en ello su integridad. Tiene mil pedazos o razones, para embellecer la nada.
El espejo mágico, tal vez a su pesar, es un tóxico para la realidad emocional del ser humano.