Narciso hizo un pan como unas hostias con su cara guapa

narciso

Una garantía de razonamiento acertado y de información sugerente es Julio Caro Baroja¹. No sólo eso, su obra también es garantía de algo que últimamente escasea en los procesos de producción escritos: I + I: independencia intelectual.

De entre sus temas de estudio quiero destacar aquí el que dedicó a la correlación entre el interior y el exterior de una persona. Ese apresurado “miren y gusten” o ese sosegado “entren y analicen”, que tanto equivoca, asusta y atribula las relaciones personales y los devenires históricos.

Con Homero se instaura un mecanismo narrativo y emocional de grandísimo calado: el feo es malo porque está resentido ante la belleza del héroe (que es el elegido de los dioses). Esta ecuación literariamente es poderosa, pero en la vida real es una filfa que ha producido, y está produciendo, verdaderos desamparos de razonamiento a la hora de explicar qué hace un país añejo soportando los desmanes de determinada gente. Porque con esto de la imagen los chascos son famosos: el niño litri troyano, Paris, sería mono, pero menuda catástrofe lio; y Narciso hizo un pan como unas hostias con su cara guapa. Además, planteada la ecuación hecha la trampa: en el Renacimiento había pintores especializados en embellecer a príncipes y princesas casaderas. Y claro, se ajustaba el enlace, se miraban los retratos, se creaba expectación y cuando se conocían sin pintura el gatillazo era imperial. Ya no digo hoy en día, que el foto shop tipo Any MP4 Image Upscaler Online modifica tanto la realidad que te pone la policía en una rueda de reconocimiento a la Bella y a la Bestia y los confundes.

Un paso intermedio para equilibrar las valoraciones y los petardazos entre la belleza exterior y la interior se probó con el aserto de que la cara denota cortedad o inteligencia. Fue el primer test de ídem. Y un solemne patinazo, como casi todos los tests. Pero sirvió, al margen de para meter la pata en asuntos de la cosa pública y ensalzar obtusos, para crear tipos cómicos y repertorios de comedia. Por ejemplo, en la antigua Grecia los corintios tenían fama de ceporros y su careto confirmaba la calificación. Yo supongo que Aristófanes debió comenzar de monologuista en las tabernas de Atenas contando facecias del tipo: “Ese fistro de Corinto que llega a la gran ciudad y pregunta ¿dónde está la acrópolis? por la gloria de mi madre”.

Esta tiranía física tuvo lógicamente sus debeladores. Pensadores que por fealdad o por caletre, entendieron los peligros de la gente guapa. Helvetius lo vio claro y señaló que la gente mediocre que sólo se sustenta en la apariencia tiene un instinto certero para conocer a la gente de mérito y huir de ella. Buena apreciación, pero me atrevo a puntualizarla. El mediocre pinturero no huye del digno y del capaz, lo aparta, lo arrincona, lo descarrila de los cauces del éxito. ¿Competencia? No, gracias. ¿Independencia? Ni pensarlo. ¿Coherencia? No conviene. Por desgracia, este es un modelo político y cultural de ejemplos infinitos, cercanos y lejanos en el tiempo, en el espacio y en el desencanto. Pero no crean que eso de emborronar la imagen del contrario es muy moderno, los griegos tenían el ostracismo; los romanos lo perfeccionaron con la damnatio memoriae (la memoria histórica actual es prácticamente lo mismo, pero hecha con escasas luces); después se utilizó una técnica curiosa: quemar a alguien después de muerto, que ya es tenerle rabia. Y hoy en día el método de arrinconamiento, idéntico y novísimo, es la cancelación: que es la censura más la electricidad. Por cierto, de casi todo lo anterior la primacía la tienen los ingleses. No hay damnatio memoriae más concienzuda, persistente y falsa que la Leyenda Negra. Y no hay manipulación iconográfica más brillante que la que hicieron con Napoleón… ¡que no era bajito! Medía 1,69, que para la época era una buena talla. Pero la angloesfera es implacable para las batallas de mentiras con imprenta y sistemas de enseñanza. Así están ahora de desgarradas sus universidades.

Menos mal que hubo un señor que se dio cuenta del gran peligro que es quedarse en lo físico sin descubrir inteligencias e intenciones. Un tal Sócrates, allá en la Grecia antigua, lo dijo en corto y por derecho: Habla para que te vea. No engañes al ojo, convence al cerebro, al humanismo, a la moral. Contra los señuelos de la imagen exijamos la realidad del pensamiento y la sintaxis. Contra la sonrisa seductora valoremos la verdad que se muestra en el razonamiento. Porque una palabra vale más que mil afeites. Habla para que te vea es lo que dicen los psicoanalistas, los exorcistas, los confesores y los repartidores de Amazon. Y tanta gente no puede andar errada.

El valor de la palabra como elemento definidor de la persona es algo que se está perdiendo. Y como acostumbro a pecar de pesimista, veo inminente que algún guapo de lata que se presenta al escrutinio público reciba de parte de su IA asesora de inteligencia este consejo: “no utilices palabras de cuatro sílabas, porque las pronuncias mal y además no las entiendes”. El guaperas ambicioso responderá con el emoji del dedito. Y en ese dedito está la clave del rumbo torcido, aparente y sin poso de esta generación que se acicala, se gusta en el espejo y ya no sabe hablar.

Es como lo del dedo de la Capilla Sixtina, pero sin trascendencia.


  1. Caro Baroja, J. La cara espejo del alma: historia de la fisiognómica. Círculo de Lectores. Barcelona. 1987

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