Eran tiempos heroicos y frágiles

En estos tiempos de promociones multitudinarias, de «descubrimientos», de autores indispensables que apenas duran una temporada, de solapas de libros que manejan sin rubor el adjetivo encomiástico, no deja de sorprender el que un autor de talento se presente en una editorial pequeña y salga al mercado a una lucha en la que lleva todas las de perder. Y, sin embargo, uno tiene todavía la quizás vana confianza de que la calidad literaria y el talento acabarán imponiéndose a pesar del marketing y la publicidad.

La novela de José Benjamín González Nebot: Eran tiempos heroicos y frágiles confirma la calidad de un escritor. Un escritor tan enfermo de literatura que la propia biografía que presenta la cubierta del libro es un puro invento, una novela en miniatura de la que quizás (no tengo el gusto de conocer al autor) el único dato cierto es la publicación del Diálogo del arte de torear (Editorial Caballo-Dragón), que tuve el placer de leer y elogiar en estas mismas páginas.

Desde el propio principio de la novela estamos en el mundo del mito, de la fábula. Desde un monasterio, en lo alto de un acantilado, alguien contempla el mar. Quizás recuerde unos tiempos en que existía una ciudad llamada Burriana; en ella, un personaje que lleva nombre y apellidos del autor realiza una investigación policíaca. Un personaje que, también como nuestro autor, lleva el nombre de Benjamín y que parece provenir de lejanas edades está interesado, al menos al principio, en esclarecer un crimen. El tiempo presente se mezcla en su memoria con recuerdos de un tiempo pasado. Así pueden contemporizar en la novela los más distantes personajes.

Sobre el hilo de esta trama que juega deliberadamente a la vaguedad, a la indefinición, el autor se complace en sus juegos literarios. Empieza sorprendiendo al lector con la arbitraria enumeración de sus capítulos. No se trata de que el lector elija, como en Rayuela, un determinado orden; aquí ya ha escogido el autor, pero los criterios de la ordenación no son los habituales.

Las acciones del investigador José González se centran en Burriana, ámbito que a la vez remite a muy concretas costumbres mediterráneas, a un determinado modo de entender y saborear la vida, pero también es un lugar en el que se mezclan y disputan concepciones ideológicas, nombres de autores, referencias de cultura popular y culta que han sido características de España durante muchos siglos, y que aquí conviven en armonía.

Esa armonía la produce el que todo el ámbito de la novela es literario. No es esta novela para los que gusten de argumentos realistas y de estilos con claros referentes; es más bien obra para los que se deleiten con los juegos de palabras, con la tensión del lenguaje, con la constante referencia al ámbito de la historia de los libros españoles. Así aparecen en la obra tal cantidad de citas de autores y referencias a títulos que sería aquí imposible enumerarlos: desde Meendiño hasta Gerardo Diego, de Calderón a J. Goytisolo, desde San Juan a Camus, toda la historia de la literatura parece acudir con prontitud al esfuerzo evocador de José Benjamín González Nebot. Pero la presencia de lo literario no se para aquí. Muchas acciones de los personajes son juzgadas con términos de la crítica literaria; los términos gramaticales o filológicos apostillan la acción. Permítaseme solo un ejemplo que reúne el recuerdo de un conocido título de novela con esos comentarios a que aludimos: «La cabeza sin control sobre la mesa y ambos brazos como historias desgajadas. Mi humanidad se convertía en un barbecho de puntos y seguido, en una narración improvisada. Aquello tan gastado de la soledad del corredor de fondo se tornaba en la novísima noción».

Si la influencia de la novela más reciente es bien visible en esa constante referencia al propio novelar, en esa presencia del autor en la obra, otras épocas dejan su clara impronta en la obra. Así, el lector de novelas románticas es, en gran parte, quien describe las acciones que suceden en el cementerio, a la vez que la literatura del Siglo de Oro deja su huella en la prosa. También las obras de la Edad Media. Así, González Nebot usa arcaísmos como «aborrido», «llorando de sus ojos», «mohatra», «oxte puto» o «guarir». Pero esos arcaísmos deliberados se codean con numerosos neologismos, como cuando crea verbos a partir de personajes conocidos («se le veía feliz reportertribuleteando») o de palabras extranjeras, o cambiando sustantivos a adjetivos, etc. No faltan tampoco las palabras de indudable raigambre valenciana o catalana.

Todo ello hace que la obra no sea de lectura fácil. El autor de Eran tiempos heroicos y frágiles no ha querido renunciar a ningún tipo de aventura lingüística, a ningún juego creativo, aunque con ello sepa que reduce el público de su novela. Pero los buenos aficionados a la literatura me agradecerán sin duda la recomendación de esta obra.

José Sánchez Reboredo
El Correo Gallego
Cultura
7/02/1990

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